IMAGEN VEINTICINCO

Eduardo Cerecedo

Para Chabela, las fiestas eran su pasión. No había baile que se le pasara, tenía que ir estrenando, sino, no iba. Es más si se enfermaba, ese día sanaba como por arte de magia. Ay Chabe le decían sus amigas. En un baile por el lado de Tenixtepec, unos vaqueros se la robaron, y regresó a su casa como a los ocho días, se le escapó a los Morgado. Quedó embarazada, eso sí nadie lo sabía, sólo su madre. Así que por cuatro meses no se le vio por ninguna pachanga, sus amigas preguntaban por ella, su madre decía, se fue a la capital con sus tíos. El encierro no la cambió, al contrario, como que la preparó para más fiestas. Una tarde del 15 de septiembre apareció rebosante, más guapa que nunca, con un vestido rojo que hacia juego y fuego con el color de sus labios, esbelta, aún más. Y al baile y al grito y a la alegría, sus amigas la recibieron con felicidad. El martes de ese año, de ese mes, de esa semana. Norma, le dijeron sus abuelos ve a echarles comida a los puercos, éstos se peleaban por algo de carne que traían en el hocico. La chamaca tomó un palo y reata que le da en mera trompa al puerco, que suelta su presa, una manita de bebé era lo que se comía el cerdo. Los abuelos llegaron hasta el lugar, asombrados avisaron el presidente municipal que era su vecino.

Chabela, tardó poco en la cárcel, ya que sus parientes trabajaban en el municipio.