POEMA A SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

  • Un poema inédito, de Eduardo Cerecedo 

Tus lectores te nombran la décima musa,

y blandes tus cabellos de sol en la mañana

para hacer del aire, la tumba de versos

de Quevedo.

Ahora blanquea la tarde en las vegas del río

en el vado donde las musas se bañan

mirando a Narciso petrificar las aguas

de su corriente.

Los ojos hallan su espejo en ese rebaño

de frescura, pulir las piedras el fondo del agua.

Haces de rosetones los muros del siglo.

Primero sueño, universo, resorte de instantes

por celebrar la ausencia de la carne ya verbo,

caminar haciendo de las sendas, una ofrenda

que el polvo enarbola de imagen los dioses

de piedra, pastores, héroes en formación,

aquí el tiempo un arco de aire que festeja

la palabra, una epifanía del corazón al cielo.

Circunstancia por madurar, el día que se extiende

sobre los campos haciendo una bandera

de agua sobre el clima que lame la humedad

de las horas.

El bosque reclama una redención en su orquesta

de retoños en los tallos que la lluvia enhebra

distante próximo al soliloquio de sonetos ecos,

ya décimas, lenguaje donde el espíritu hace

del silencio su reino.

Una bandada de amargura, alegre, amarga.

La flama amarilla de las cosas madura su verano

sobre el cabalgar del río a cuestas, es el agua

transparente en su sueño que inmola la caricia

de la hierba en  temblor apenas.