Canción de odio a los hombres

Dorothy Parker

Julio, 1986

Los hay seriopensadores;

debería existir una ley en su contra.

Para ellos la vida es sombría; la ven con anteojos de carey.

Siempre recorren con manos cansadas sus lánguidas cejas.

Hablan de la humanidad

como si la acabaran de crear…

tienen que seguir viendo por ella.

Se solazan con las huelgas

y viven levantando demandas.

Realizan algo maravilloso por los Grandes Desposeídos:

viven justo entre ellos.

Con trabajos pueden esperar

la llegada de The Masses a los puestos

y leen todas esas novelas rusas:

los best sellers del sexo.

II

Están los Hombres de las Cavernas,

los especímenes humanos de sangre roja.

Todo lo comen muy crudo,

rara vez dejan los baños fríos

y quieren que todos les toquen los músculos.

Hablan fuerte,

con cortas palabras anglosajonas.

Andan abriendo las ventanas,

dan palmadas en la espalda

y mandan a todos a hacer ejercicio.

Siempre están a punto de salir para San Francisco,

de cruzar el océano en velero

o de atravesar Rusia en trineo

—¡quiera Dios que lo hagan!

III

Y luego están las Almas Sensibles

que hacen decoración interior por amor al arte.

Huelen ligeramente a vainilla

y aroman con gotas de sándalo sus cigarrillos.

A menudo organizan bailes de disfraces

para poder asistir

como una aparición de Las mil y una noches.

Sirven el té en el estudio,

donde la gente se sienta en cojines

y quisiera no haber acudido.

Miran a una mujer desde sus lánguidos ojos entreabiertos,

y le dicen en tonos suaves y pasionales

lo que debería vestir.

El color es todo para ellos, todo:

el tono equivocado de púrpura

les produce una crisis nerviosa.

IV

Luego están los que están

simplemente Saturados de Crimen.

Te cuentan que no se han acostado

en cuatro noches.

Frecuentan las obras

en que sólo valen

los versos del coro.

Van de cabaret en cabaret

y te sueltan la cuenta exacta de sus deudas de azar.

Aluden turbiamente al terrible papel

que tiene el alcohol en sus vidas.

Y luego sacuden la cabeza

y dicen que el Cielo debe decidir

lo que será de ellos

—¡Ojalá yo fuera el Cielo!

Odio a los hombres.

Me irritan.