EL AMOR

Moisés Valdivieso

El amor se sentó con nosotros a la mesa;
masticó, con la boca sin cerrar sus naranjas
y se manchó los nudosos dedos de comida;
preguntó algunas cosas sobre el cielo y la muerte;
cuando finalmente le aburrió nuestra respuesta,
vociferó un canto que aprendió del arrebol.

El amor se quedó dormido sobre la sopa,
con los mejores ropajes que entonces tenía
y se movía la mañana entre su desmayo
y el azul transparente que bordea a tu risa.

Salimos de la casa con el amor en brazos;
ataviado en vestimenta de una era lejana
cuando este amor era desvelo y también ceniza
y respondía sólo al lenguaje de las trizas.

El amor despertó y sujetó nuestras manos
y nos obligó a tirones a cambiar de aceras,
porque no quería saludar a los vecinos,
y se llevó por las calles, parecidas a entrañas,
la fe con la que queríamos que recordara
los lugares en donde queríamos estar.
Les llamó “atajos” a los callejones sin salida,
antes de permitirnos corregir su sendero
con los claroscuros campos de nuestra memoria.

Porque muchas veces el amor es un tirano,
el amor, hizo gestos groseros a tus primas
y hacía rechinar sus colmillos puntiagudos,
si se pronunciaba mal el nombre de una plata.
Durante la cena que ofrecía tu familia,
esperó pacientemente por esos momentos
en los cuales, las risas nos cerraban los ojos
para esconder de nosotros su rostro de hastío,
y saturó sus ojos de miradas salvajes,
para que no nos fuera posible distinguirlo,
entre todos los perros que rescató tu padre.

Así que el amor afiló contra las paredes
el primitivo ardid de su aliento de jauría
Y ya era otro amor cuando volvimos a encontrarlo;
todo en él era distinto, salvo por los ojos,
que son idénticos a los tuyos cuando piensas.

Tú le levantaste la voz al amor insurrecto
queriendo domar su ira, cual domaste la mía,
pero este amor, también fruto de tu rebeldía,
solamente nos dijo que ya no nos quería.

Pero estaba mintiendo nuestro amor disidente,
mentía con todas las hileras de sus dientes,
y luego de sembrar sus ruinas en nuestros ojos
ahogó esas semillas de desgracia con su llanto,
ese amor abrupto que en verdad nos quiere tanto;
levantó nuestros cuerpos maltrechos de la grava
y restauró el semblante roto en nuestras caras.

El amor nos llevó a casa arriba de sus hombros
y nos contó lo que había aprendido de las horas,
y nos cantó una canción que sólo canta a solas
con la que casi todo el tiempo piensa en nosotros.

El amor se acostó con nosotros en la cama
y nos abrazó hasta que nos quedamos dormidos.
Apagó las luces que dejamos encendidas,
cerró todas las puertas y corrió las cortinas,
y en cuanto la garra intuitiva del invierno,
entró a la habitación, el amor nos cobijó.