“La esperanza es un gran bien”

VIVIR CON ESPERANZA

Por Jacinto Rojas Ramos

“La esperanza es un gran bien”

Hay palabras que nos hacen sentir bien nada más pronunciarlas, palabras que nos reconcilian con la oculta verdad de las cosas: la calma que seguirá a la tormenta o la dicha que la vida nos ofrece a cada instante, aunque estemos demasiado absortos en nuestros problemas.

“Esperanza” es una de esas palabras que todos amamos en secreto, a pesar de no entender del todo su sentido. Nos gusta pensar que siempre habrá una puerta que se abrirá en el último momento y nos salvará del dolor o el infortunio.

La desesperación, una situación angustiosa para quien la padece, es simplemente falta de esperanza, como su nombre indica.

Muchos pensadores han meditado sobre este tema. Aristóteles definió la esperanza como «el sueño del hombre despierto«, en el sentido de los anhelos hacia los que corremos y que dan sentido a nuestras vidas.

El poeta latino Ovidio señala por su parte que necesitamos esperanza, que esta es una necesidad ontológica, inscrita en nuestro ser: “La esperanza hace que agite el náufrago sus brazos en medio de las aguas, aun cuando no vea tierra por ningún lado”.

La palabra esperanza viene de esperar. Como dijo Giovanni Papini, “el ser humano no vive más que por lo que espera”. La vida es a menudo una sucesión de esperas: las madres aguardan el nacimiento de sus hijos, los niños anhelan hacerse mayores, los jóvenes encontrar su lugar en la vida y las promesas del amor, las personas maduras ver crecer a sus hijos o sus proyectos y los ancianos una vida tranquila, antesala de un más allá.

Hay dos posibles acercamientos a lo que la esperanza significa. Una es racional, se trata de un estado de ánimo en el que vemos como posible aquello que deseamos. Es decir, hacemos un cálculo de probabilidades y se nos presenta como verosímil aprobar el examen para el que nos hemos preparado con empeño, o que nos casaremos con la pareja que nos ama y comprende.

Pero en otras ocasiones la esperanza es una opción mágica. Así sucede cuando pensamos que acertaremos la quiniela que nos hará ricos o deseamos que algún milagro salve al familiar desahuciado por la medicina. En todo caso, se trata de un bien social, pues como recuerda Ramón Llull: “Vive mejor el pobre dotado de esperanza que el rico sin ella”.

La esperanza tiene que ver con un acto de confianza o adhesión a la vida. Confiamos en que el sol amanecerá mañana, como hace cada día, sin que la posibilidad de que no sea así nos intranquilice. Y, cuando de niños nuestro padre nos subía de repente a sus hombros, no sentíamos miedo. Desde esa altura casi vertiginosa contemplábamos el mundo admirados y divertidos.

Solemos decir que no puede vivirse sin esperanza porque esta forma parte del proceso de la realidad. Según Julio Cortázar: “La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

Nos gusta vivir esperanzados, porque así lo bueno que nos sucede adquiere mayor relevancia, lo degustamos con mayor fruición pensando que nunca se acabará, a la par que imaginamos que lo malo no durará siempre y pronto se tornará en algo agradable.

La esperanza es un bien, ya que permite vivir con alegría, a la vez que nos ayuda a seguir adelante a pesar de los momentos de incertidumbre y dolor.

rrjacinto_9@hotmail.com