Amar en el silencio
|César Augusto Roa Trejo
Sentí la risa fría de tu llanto burlón, de tu recuerdo vago y sin embargo permanente. Entre las paredes de un sueño lloré; en un muro del silencio me estrellé.
Vi gente pasar, mundos rodar, corazones latir y suspiros de ecos sonoros de amores cumplidos, y otros irresolutos demonios bañados en la tempestad. La lluvia arreció, el viento enfureció; y solo desde mi ventana miré al mundo en mi silencio casi sepulcral.
Siluetas al pasar, gente en su prisa al caminar, murmullos de olas al platicar, adentro el silencio que da paz; son solo sueños, son solo espectros, y con ésta mirada furtiva, la del cazador de lo indómito les observo. Un hombre por el momento sin camino y sin final; perdido en el eterno tobogán del tiempo que nos consume, que nos dilata, y nos hace creer en ese “algo”, que aún no he podido dilucidar, mucho menos encontrar.
Tal como el “silencio de los inocentes”; inocentes “todos” y ninguno, mujeres de cristal, hombres de metal aparente, que pasamos inexistentes, ante el furor del silencio, o quizá ante el grito infernal de un “te quiero” por necesidad o mera necedad. ¿Quién quiere estar solo? En los cruentos pasadizos del silencio, adonde la impavidez acecha, y la caza furtiva de los sentimientos son fugaces encuentros, con aquellos maniquíes del silencio, marionetas del destino; déjame hoy en éste mundo perdido, por un instante conmigo.
Miré mi sombra al pasar, no me habló y muy reverente me sonrió en su calido silencio; y así pude amar la soledad y platicar con el muro de la nada que con sombras de un pasado con la nada me amará. Donde seré capaz de alcanzar, de abrazar a mi muy propia libertad; adonde nada ni nadie me inquietarán; en aquel lugar adonde los amores prohibidos van a retozar. Adonde las fuentes del amor sacian al sediento en su propia libertad, donde los cuerpos candentes se unen no por necesidad, sino por amor, cariño y voluntad; en aquella energía que emerge desde el fondo del silencio de “nuestras almas”. Donde el privilegio del silencio es un don que da libertad, donde el murmullo de las olas se repite en los oídos de los amantes cautivos. Donde un beso de terciopelo me captura, por una dama que me toma en su regazo para toda la impaciente e indescifrable “eternidad”.