“La esperanza sobrenatural y realidades terrenas”

VIVIR CON ESPERANZA

Por Jacinto Rojas Ramos

“La esperanza sobrenatural y realidades terrenas”

La esperanza sobrenatural «asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos». No supone la ruptura de las esperanzas humanas, sino su adecuada continuidad y ordenación. Es más, sin la esperanza de la vida eterna, el hombre no podría afrontar adecuadamente su presente: «El presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si estamos seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino».

Una de las formas actuales de ateísmo consiste en esperar la liberación del hombre principalmente de lo económico y social. «Pretende que la religión, por su propia naturaleza, sea un obstáculo para esta liberación, porque, al orientar la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción de la ciudad terrena». Sus consecuencias han sido funestas. «Las utopías que pretendieron construir la ciudad terrena sin el cielo, o incluso contra él, han dado paso a una extendida desesperanza en virtud de que lo construido hasta hoy ha sido entre injusticias, violencias y fracasos de todo tipo.

Las grandes utopías inmanentistas han entrado en crisis dejando tras de sí un amplio campo a la desesperanza; y, con la desesperanza, al cinismo ético, que establece, consciente o inconscientemente, el provecho propio de los individuos y de los grupos como criterio último de la conducta humana».

El carácter escatológico de la esperanza no induce al hombre a despreciar este mundo; más bien, lo capacita para apreciarlo en su verdadera perspectiva. «La esperanza escatológica no disminuye la importancia de las tareas terrenas, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su cumplimiento». La esperanza impulsa precisamente a buscar la santidad en la realización de las actividades terrenas: a verlas no como obstáculos, sino como medios para alcanzar la vida eterna.

La religión cristiana no es, pues, el opio que lleva a los hombres a desentenderse de la realidad en la que vive. Todo lo contrario. «La espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios». El cristiano, gracias a la fe y a la esperanza, contribuye con más claridad y empuje a resolver los problemas que preocupan a todos los hombres, esperando de Dios los medios oportunos.

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