EN LA PINTURA CREO MIS MUNDOS: LETICIA TARRAGÓ

  • Los niños ven las cosas de una forma única y particular, en tanto que los adultos se dejan llevar por patrones establecidos.

LOS NIÑOS PROTAGONIZAN muchas de sus obras

Carlos Hugo Hermida Rosales

Rodeada por un entorno del que parece que de un momento a otro saldrán los personajes que habitan en sus cuadros, Leticia Tarragó, pintora de gran trayectoria internacional que fuera docente e investigadora del Instituto de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana (UV), continúa con su labor creativa, aquélla a la que ha dedicado más de medio siglo de su vida.

Dentro de su taller, ubicado en una de las zonas de bosque de niebla circunvecinas a Xalapa, a través de pinturas y grabados niños rodeados por escenarios mágicos y fantásticos, la sonrisa de la pintora se convierte en voz y con gusto comparte su historia.

En sus cuadros se recrean la nostalgia y los cuentos de la abuela, bosques misteriosos, castillos encantados y seres fantásticos.

Sentada a un costado de una de sus mesas de trabajo y acompañada por Tamara, una hermosa perrita criolla que adoptó en Xico –y que en ningún momento dejó de mordisquear mis manos–, la pintora compartió en entrevista para Universo sus orígenes, así como detalles de su amplia trayectoria como artista plástica.

Leticia Tarragó Rodríguez nació en Orizaba en 1940, año en que la Pluviosilla era tan sólo una pequeña ciudad de provincia y estaba lejos de formar parte de la gran zona conurbada que integra hoy.

Sus padres, que siempre fueron amantes de la cultura y el arte, decidieron residir en la Ciudad de México debido a la gran oferta educativa y cultural que esta urbe ofrecía a sus habitantes.

“A mis padres siempre les apasionó el arte y la cultura; mi papá redactaba crónicas y comentarios sobre exposiciones culturales, y mi mamá era una amplia conocedora de la trayectoria artística de los pintores de la época”, relató.

La artista compartió que se inició en el mundo de la pintura a los 13 años de edad, cuando su mamá la llevó a la Escuela La Esmeralda del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), que en esos años estaba bajo la dirección del escritor y poeta José Gorostiza.

“Yo quería estudiar la Licenciatura en Arquitectura pero me encantaron las clases de pintura y dibujo y ya jamás las abandoné. Mis papás manifestaron que si me gustaba tanto pintar me dedicara a eso.”

Mencionó que en los años que estudió pintura dentro de La Esmeralda todavía se encontraba en boga la Escuela Mexicana de Pintura, llamada así por las obras de autores como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Nicolás Moreno, quienes pintaban paisajes en los cuales destacaban elementos nacionales.

Declaró que aunque esa corriente le sirvió mucho como disciplina sólo la siguió al inicio de su carrera, época en la que gustaba de acudir a los mercados y plasmar en el lienzo lo variopinto del entorno.

“Posteriormente le tomé un mayor gusto a ir a dibujar al Museo de Historia Natural –hoy Museo Universitario del Chopo–, el cual tenía un mobiliario muy antiguo que databa de la época de Porfirio Díaz. Allí encontré infinidad de elementos como esqueletos de niños, animales disecados y conchas marinas, que me ayudaron a plasmar cosas oníricas, por lo cual para mí era un lugar de ensueño.”

Mencionó que en sus años en La Esmeralda conoció y admiró a muchos de sus colegas y compañeros como Francisco Corzas –de quien comenta sus obras estaban impregnadas con mucha fuerza y elementos que les daban un toque de misterio– y Mario Orozco Rivera –padre de Gabriel Orozco y quien incluso se unió a la gira de un circo para inspirarse y pintar.

Leticia Tarragó comentó que al inicio de su carrera su mamá la acercó a pintores conocidos para que fueran sus mentores, gracias a lo cual tuvo la oportunidad de interactuar con conocidos artistas de la época.

Relató que entre los pintores que trató se encuentran David Alfaro Siqueiros y María Izquierdo. La artista comentó que éste tenía una forma de ser brusca pero simpática; sobre la pintora jalisciense, la recordó melancólica: “El ambiente en el que vivía María Izquierdo era muy oscuro, ya no pintaba, en su conversación se notaba cierto grado de amargura y dejaba entrever cierto resentimiento hacia Rufino Tamayo, a quien aseguraba había enseñado a pintar, hecho que él nunca lo había reconocido.”

Fue en esa búsqueda de mentor cuando la pintora encontraría a un artista que le brindaría una profunda enseñanza: Gerardo Murillo Cornado, mundialmente conocido como Dr. Atl.

SUS PINTURAS COMBINAN sueños y fantasías