Gobernar para trascender, no para poseer

Gobernar para trascender, no para poseer

Reynaldo Escobar

La megalomanía que lo hizo intentar pisotear el principio democrático de la “no reelección” quedó rebasada y el expresidente Luis Echeverría Álvarez, con un golpe sobre el escritorio presidencial donde despachaba en Los Pinos, ordenó a todos sus colaboradores desechar el intento de reforma constitucional que permitiría la permanencia en el poder, por uno o varios periodos más, de quien se creyó “líder del tercer mundo”.

La fortaleza física de don Luis, su formación intelectual, política y su férrea convicción de alcanzar los más encumbrados puestos públicos, le permitieron convertirse en el sucesor del expresidente Gustavo Díaz Ordaz, quien fuera señalado como responsable de la persecución, desaparición de personas y masacre sangrienta de estudiantes ocurrida el 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.

En diversas conferencias y entrevistas en medios nacionales, el abogado Juan Velázquez ha insistido en la inocencia del expresidente Echeverría Álvarez, no obstante que las circunstancias y los hechos ocurridos cuando el expresidente fungió como secretario de Gobernación lo mantuvieron siempre bajo sospecha de haber sido él quien instruyó a los altos mandos del Ejército para que recuperaran las plazas públicas, calles, avenidas y el Zócalo de la CDMX, además de las instalaciones educativas vandalizadas.

De todo lo anterior hubo denuncias y don Luis Echeverría fue procesado por el delito de genocidio y por su estado de vejez y enfermedades múltiples permaneció en prisión domiciliaria y finalmente fue exonerado, conservando su patrimonio inmobiliario y financiero.

Hoy, a unos días de cumplir 100 años de vida, don Luis, que en su momento se proclamó el conductor político de los presidentes de varios países de centro y Sudamérica, y quien fundó y dotó de amplias instalaciones a la Universidad del Tercer Mundo, aparece en las crónicas de la revista Proceso en un relato del periodista José Gil Olmos, como poseedor y propietario de un número escandaloso de propiedades inmobiliarias ubicadas en inmejorables zonas residenciales del centro del país.

En la crónica aludida se arriba a la conclusión de lo que ha desprestigiado a la clase política mexicana, por considerarse como “la plusvalía del poder político” a la acumulación injustificable de la riqueza personal de muchos expoderosos del sistema político gobernante, cuyos discursos reivindicatorios para los “pobres” chocan con la ambición desmedida de acrecentar una riqueza que ni viviendo cinco vidas, como la del expresidente Echeverría, podría agotarse.