La poética de lo horrísono: Páradais de Fernanda Melchor

Páradais, la nueva novela de Fernanda Melchor

  Patricia Córdova

Páradais, la nueva novela de Fernanda Melchor, afianza un estilo magnético, incómodo y vertiginoso. El siguiente ensayo ofrece un escrutinio fino tanto de las causas sociales y políticas como de las marcas estéticas que crean la llamada “poética de lo horrísono” de Melchor. Una definición precisa para el momento actual de México y su literatura.

Es improbable que de una sociedad sumergida en una creciente ola de terror emerja una literatura edificante. También es improbable que el auge de temas y tonos literarios del siglo pasado se mantenga en una época en que las fuerzas oscuras de la descomposición parecen inundarlo todo. Con la tercera novela de Fernanda Melchor, Páradais (2021), se puede identificar una poética que sacude al canon literario y propicia una lectura fascinante e incómoda para el lector, porque lo arrebata del área de placer que otorga la iluminación intelectual de un argumento, y lo lleva a la exposición de una voz delirante, violenta y auténtica que narra lo que sucede ya no sólo en zonas aisladas de México, sino —cada día más— en repetidas poblaciones.

El lenguaje melchoriano

La oralidad y la literatura son una pareja vieja y recurrente. Aunque, como sucede en cualquier arte, la diferencia reside en la manera en que se entretejen. Existen voces narrativas que simulan contar la historia a un compañero de celda, o a un viejo conocido. Otras voces pretenden contar a su terapeuta lo vivido; o a un confesor, o a una amiga. La voz de Páradais no compromete la imagen que el narrador quiere dar a un interlocutor específico, a quien lo escucha, o a quien lo lee. A través del discurso indirecto libre la narración parece desnudarse para dar lugar a los giros más incómodos de la imagen de los personajes, de los acontecimientos. La narración parece ser un relato que se dice en voz alta, a veces con desesperación, o con aversión. Con este tono el lector tiene la sensación de escuchar enredos cuya autoridad se rehace en la intriga y buen montaje de la trama, en la verosimilitud de los hechos y en el final equilibrio que el lenguaje recupera. La variedad idiomática de la que Fernanda Melchor hace gala incluye un registro amplio y culto.

Desde Temporada de huracanes (2017), Fernanda Melchor sorprendió por la combinación inesperada de eufonía, lenguaje procaz y vocablos cultos. En Páradais lo hace nuevamente. Los mexicanismos abundan: chamaco, escuincle, deshuesadero, mocharse, pepenchas, a huevo, chelas, chanza, enchinchosa, chocomilero, jamás de los jamaces, cachar (por sorprender), aguantar vara, prieto, chupe, cuija. Al igual que palabras de uso juvenil, como: bato, mamador, cagón, bisne, papirri, papirriqui papirrín, dar viada, suripanta, pedo, empedarse (por embriagarse), chaquetearse (por masturbarse). También aparecen creaciones léxicas sin registro como aguancharse por aguantarse, morbosear por ver con morbo, o achuchones, probablemente por abrazos. Metáforas para referirse al acto sexual como: chingársela, bombeársela, castigarla, ensartarla (a la mujer); para matar como: mandar a guisar; para beber una cerveza: empujarse una caguama; para ponerse fuerte: ponerse méndigo. Una variedad de palabras de uso coloquial: jeta, zape, tarascada, mequetrefe, faramalludo, cháchara.

Esta diversidad léxica, sin embargo, logra su particular sabor melchoriano porque, además de insertarse —como ya mencioné— en una sintaxis fluida sin puntos y sin párrafos, también la acompañan palabras cultas por su origen, de uso poco común en el habla cotidiana, tales como: espadaña, cauce, regazo, parterre, arriate, convite, carrillón, tintinar, retozar, tectónico, entre muchas otras.

La poética de lo horrísono

Varios son los elementos con los que Melchor logra una estética narrativa que marca gran parte de la expresión artística y literaria del siglo XXI.

En el aspecto realista, la novela acoge de manera bastante convincente la historia de un joven llamado Milton secuestrado y reclutado por el crimen organizado, por aquéllos —eufemismo para referirse a los trabajadores de la industria criminal y que simboliza el miedo y distancia que la comunidad quiere establecer con ellos. Milton es un joven trabajador en un deshuesadero y es feliz. Sin embargo, un día lo sorprenden, lo someten a una tortura extrema y finalmente lo ponen a prueba para participar como asesino y criminal para un grupo liderado por “la licenciada”, una joven veinteañera cuya autoridad somete implacablemente a un grupo que recluta jóvenes para asaltar, traficar y asesinar. La comunidad en la que vive Polo está controlada por estos jóvenes. Las oportunidades de trabajo digno son nulas para el común del pueblo. Asimismo, las relaciones familiares están impregnadas de promiscuidad y humillaciones. Los insultos y sometimiento de las mujeres de la casa se sobrepone. En contraste, los ricos viven en cotos protegidos, gozan de todas las facilidades y se caracterizan por ser rubios e indolentes hacia la pobreza de sus alrededores.

El conflicto socieconómico y moral está envuelto en la atmósfera tropical y frondosa de Progreso y el río Jamapa que desemboca en Boca del río. Su contraste es el pasto tipo inglés del coto Páradais. En sus cotidianos traslados a su trabajo, Polo pasa por la casona de La condesa sangrienta, una casa colonial y abandonada que puede verse a la orilla del río. El terror de Polo se alimenta de las creencias de los alrededores que atribuyen a su antigua dueña un poder perverso y diabólico. La presencia de la casa nos recuerda la crónica “La casa del estero” (recogida en Aquí no es Miami) y la vivienda de la Bruja en Temporada de huracanes. La combinación del terror criminal, que caracteriza al control de las mafias del territorio mexicano, con el terror fantástico de la casona y la leyenda esparcida; la violencia de una voz narrativa que combina el insulto, el rencor y el odio; conforman una estética de lo horrísono. Su propósito es visibilizar un conflicto creciente: no sólo alude a los grupos desfavorecidos económicamente, sino a quienes viven en su pequeño paraíso en el que finalmente irrumpe el crimen. Polo y Andrade de dieciséis y quince, o catorce años, cometen un crimen que resuena más allá de la imposibilidad de la vida de sus víctimas. El ambiente sofocante de la marisma es también el estupor de los individuos desposeídos de la esperanza. En la narrativa de Melchor el agua se estanca, amenaza con su aparente tranquilidad, atrapa con sus disimuladas corrientes y ramajes ocultos. Lluvias incontenibles y ríos desbordados obligan al refugio en las azoteas, tal como sucede en el Luto humano de José Revueltas.

La poética de lo horrísono da visibilidad a grupos sociales marginados y a conflictos desbordados ante el fracaso nacional de la gobernanza, de la seguridad y de un proyecto social competitivo e inclusivo.

En Vida precaria. El poder del duelo y la violencia (2004), Judith Butler, expone la pérdida de la autoridad moral de los intelectuales. Para la autora norteamericana, una manera de recuperar lo perdido es dar visibilidad a los grupos marginales, a los desposeídos. Fernanda Melchor tiene el mérito no sólo de dar visibilidad a los marginados. Su narrativa expone un conflicto que amenaza con disolver toda posibilidad de paz y dignidad en México. Y es tan efectiva porque lo hace literariamente: el estruendo se suspende en la página y la ficción permite imaginar la tragedia moral que, en el día a día, olvidamos.