DOS SENTIMIENTOS

Oralia Lombera Reyes

Uno de tristeza por su partida, otro de alegría porque mi tía Mariana acaba de nacer a la vida eterna a sus 104 años de vivir en la tierra, la guerrera inquebrantable ha vuelto a los brazos del Creador.

Se va el último eslabón de la sangre de mi madre. Sé que Dios nos purifica a través del dolor y del sufrimiento, de las heridas que nos causa la vida en el alma y el cuerpo para así poder vivir más allá de las nubes.

Ella estuvo cuatro años en cama, Dios le dio tremendo entrenamiento para su próximo vuelo, mi tía ofrendó su dolor por sus hijos y nietos, hoy viaja tan pura cómo la gota de un manantial con boleto directo al cielo.

Siempre he pensado… ¿Por qué Dios se lleva a la gente buena o permite que entre la muerte en su carne? Eso no es justo…

Pero se hace su voluntad desde que se formó el mundo, que Él formó el mundo, y en cada lamento, espasmo doloroso, contractura, hemorragia, falta de oxígeno, en cada muerte y antesala, nos purifica para llegar limpios a sus brazos, libres de toda oscuridad que nos impregna en el camino.

Marianita… la recordaré siempre atenta, cocinando para sus hijos, haciendo tortilla a mano, amable y cariñosa con mamá.

«Ya descansas de vivir, duerme tía chula, sembraste tanto amor, actos maravillosos, generosidad a tu paso, una familia enorme de la cuál eras el árbol…»

¿Quién sabe cuándo habrá de morir?

Nadie lo sabemos…

En cada dolencia, cada enfermedad, cada problema y situación adversa que hoy vivimos, cada lágrima y herida profunda, Dios nos prepara…

Por todos los que han partido y dejan memorias amorosas en nuestros corazones es que debemos de continuar la senda que ellos inician, luchar por ser mejores cada día, sonreír a carcajada plena como ellos lo hacían, cultivar semillas en el alma de nuestros seres amados, de nuestros amigos con los que coincidimos por un instante y compartimos parte de nuestra historia, en este planeta ya no tan azul…

Mi tía Mariana ha vuelto a ser una sencilla flor campesina en la tierra que le vio nacer, San Luis Acatlán, en el Estado de Guerrero.

Ya duerme en la misma tierra que engendró a mi madre. Hoy al verle allí, diáfana, dormida en su caja sencilla de madera y su cruz económica, sin barnizar, con su nombre y su fecha de nacimiento escrita con plumón, he vuelto a sentir un frío en el alma que ni el tiempo, ni la resignación abriga, ni los años, ni las cosas materiales, ni los triunfos. Es un frío implacable que me desgarra el corazón y me sitúa en el momento exacto en el que partió mi madre, hace un tiempo, mucho tiempo que siento infinito, ese cuando yo sólo tenía siete años…

El dolor tiene la función de doler y la de aprender de él, me quedo con la segunda opción, quiero aprender y amar demasiado, tanto cómo amó la vida mi tía que vivió muchos años. Sé que serán sólo los que Dios me permita, mis órganos lo saben, cuál soldado que marcha a la guerra, pero aún estando en cama no me rendiré, ni siquiera con la mirada nublada de lágrimas, siempre lucharé por la luz de mis ojos, en esta o en otras vidas…