«Ante una desnudez sin futuro»

Cristina Sánchez

El hombre ve pasar la noche,

la ve insinuarse, en sus partos

doloridos; toca sus silencios, atrevido,

y la llama: madre lejana, madre loca,

que, al mar, arrojas, como rocas,

las sueños de todos tus hijos..

Tú, noche despechada, sí , tú

que sales por el norte, borracha,

borrascosa, desesperada,

en busca de pieles adonde clavar tus semillas,

que sabes de ritos del fuego,

como Manuel de Falla o Paco de Lucía,

o de milongas tristes como Martín Lavore,

y temes por tu destino…

Sabes que, tu embrujo, no será cantando más

cuando los hombres, árboles breves,

ya no puedan colgarse de tus aretes

o pedirte un beso sin ritmo…

porque, de su corazón mugroso,

sucio de sed y de delirio,

viene tu sangre, tu única luz,

tu esperanza de no estar sola

cuando todas las noches,

se tejan con un mismo hilo…

Tú, sí, tú, noche ensimismada,

que envías telegramas parcos o

que a veces no llueves,

deja tu humo debajo del sombrero

de otra mañana más desierta, porque,

sigue siendo leteo para el hombre

que ha sufrido tus traiciones

y espera que, después de todo,

vuelvas, más indulgente,

a alistar sus alas y limpiar su mirada de niño…

Noche…sí, tú, noche, no rebanes,

como si fuera el pan de la miseria,

tus estrellas errabundas, porque,

hieres esta hoja donde se vierte

el silencio abatido de las guerras

del sí mismo ni dejes la suerte del hombre

en el pico de tus aves…

Abre tus oídos ya al gemido

de esta carne lamosa, cansada,

y deja que tu garganta sea esculcada

antes de que los gladiolos se levanten…

No ocupes todas las bancas con tu sombra

ni uses los cuerpos que tus amantes,

te van entregando,

para pagar su deuda de haber vivido,

para abonar más dudas,

para abolir el tiempo o para imponer

tu viento ardoroso y tu veneno

en esta desnudez sin futuro…

Tú, coleccionista de olores y razas,

que nunca has rezado por ningún animal

que haya perdido el rastro del paraíso,

olvídate, por lo menos hoy, de que el hombre es

ese otro rostro que eres y no eres del todo.

No te arrimes para vencer la única sonrisa,

la que dibujó a deshoras, cuando

los gatos husmeaban en el escote

de tu vestido de carbón y en tu

pezón gastado…O cuando los cangrejos

de río, se ensañaban en tus piernas,

como si fueran a sacar las aguas de

un rincón donde todo se había detenido,

hasta el nombre de los dioses…

No uses a este fiel peregrino para seguir

oscureciendo tus ángulos o para suplantar a Dionisio,

cuando los desheredados, te embotellan,

creyendo que a ti, se te puede beber sorbos,

o reducirte a una copa, o extinguirse en tu danza…

El hombre te mira, consolado y desconsolado, a la vez…

festivo y fúnebre,…te llama, te llora,

te niega, te despuebla, te hiere…

Pero, tu sonido lo alcanza

como un volcán o una llaga

y aquel que te dice madre lejana, madre loca,

se pierde en tus cabellos,

con sus sueños, arrojados, como rocas,

hasta un siglo no inventado…

Pieza incluida en «Canciones para caer»

Tú, que escuchas los árboles

cuando se desentierran

o a las aves que traen la lengua

grave o la semilla de los gladiolos