María Esther Mandujano García, una poeta de la arquitectura

  • Amores Efímeros

LA POETA EN Museo de la Música Veracruzana Casa Doña Falla

Sergio Armin Vásquez Muñoz

Nacida en Villahermosa, Tabasco, en 1965, María Esther Mandujano García es una arquitecta especializada en restauración de edificios históricos, con una visión urbanista europea. Radicada en Xalapa desde adolescente, es pianista egresada de la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana, poeta con dos libros publicados y muchos otros en espera, nos permite a través de esta entrevista conocer su formación profesional, su trayectoria y su manera de pensar, después de trascender los límites territoriales y emocionales, motivada siempre por ser mejor. Una vez que acepta de muy buena manera que la entreviste, me pide que conozca dos obras cuya restauración estuvo bajo su responsabilidad: la Galería Ramón Alva de la Canal, ubicada en Xalapeños Ilustres, y el Museo de la Música Veracruzana Casa Doña Falla, ubicado en Salvador Díaz Mirón, que fueron los lugares en donde se desarrolló la presente plática

Para hablar de este último trabajo de restauración, nos reunimos Esther Mandujano y yo, justo enfrente del edificio, ubicado en la calle Salvador Díaz Mirón 21. Cabe anotar aquí que Rafaela Murillo Pérez viuda de Barbero (1895-1988), mejor conocida como Doña Falla, fue una poetisa y activista social originaria de Tlacotalpan, y es quien entre otras cosas, defendió la zona natural que hoy conocemos como el parque “Los Berros”, ya que con su intervención se evitó la construcción de un conjunto habitacional en dicha zona. De ahí que en Xalapa, Doña Falla tenga un gran significado en su historia.

Y continúo con las preguntas. ¿En qué consistió tu trabajo de restauración de esta que fue casa de Doña Falla, hoy Museo de la Música Veracruzana?

La casa original se construye en 1902, en honor a la señora Guadalupe, esposa de un ingeniero de apellido Barroeta, quien formaba parte de la Comisión Geográfico-Exploradora, instancia militar creada en 1877, encargada en aquellos días del levantamiento de mapas del territorio nacional para consolidar el gobierno de Porfirio Díaz, defenderse de las invasiones extranjeras y promover el desarrollo económico. Este matrimonio concibe dos hijos, una de ellos se llamó Estela, por eso a este espacio le llamaron “Finca Estela”. Cuando sus padres mueren y ella se asume como dueña de esta casa, ella se la vende al esposo de Dona Falla, Rafael Barbero Fontzeré, reconocido abogado, dibujante y cartógrafo, quien muere muy joven, y ella, Doña Falla, hereda la casa. Para poder mantener a sus hijos, que eran pequeños, convierte esta casa en una casa huéspedes; es en esa etapa de cuando se cuentan historias hermosas sobre quienes se hospedaban aquí siendo estudiantes de la Universidad Veracruzana, que a la postre llegaron a ser gobernadores, músicos de la sinfónica, notarios, ingenieros, es decir, muchos profesionistas destacados que hicieron historia en Veracruz. También Doña Falla hacía banquetes, tenía aquí una gran cocina, precisamente para ese fin.

Ya en cuanto a restauración se refiere, te platico que en cuanto a los muros estuvimos levantando poco a poco los aplanados en las distintas etapas en las que fue pintado y obtuvimos una gama de colores. Este lo elegimos (dice la arquitecta, refiriéndose al color) porque existió en alguno de los momentos de aquel tiempo. Lo elegimos porque lo relacionamos con Doña Falla, un personaje femenino, y es un color que también forma parte de la gama de colores que se usaban en la época en la que la casa fue construida.

Con la remodelación se rescata también la fachada lateral, que realmente no se veía porque este espacio estaba lleno de cuartos, hechos fuera de la época en que se construyó la casa original, que francamente estaban muy derruidos y de muy mal aspecto. Entonces se eliminaron para rescatar todo este espacio, que ahora es una plazoleta, que es un espacio en donde se pueden hacer eventos y desde donde se ve la fachada lateral, que también es muy bonita. Esta parte será un proyecto a futuro porque se piensa que aquí sea el acceso y una cafetería (me comenta, señalando una zona donde está ubicada una cortina metálica). Al fondo podemos apreciar una celosía que era parte de la casa original, cuando llegamos no se notaba porque también había cuartitos de la casa de huéspedes, y conforme se fue demoliendo lo que ahí había y se fue rasqueteando, se pudo ver que estaban esos elementos, por ejemplo esos tabiques son tabiques que ya no hay actualmente por su dimensión, su peso, su calidad excelente, y mira ahora están formando una equis como la primera letra de Xalapa. Al fondo, hay un edificio nuevo, ése sí es de una arquitectura muy actual, pero se pretende que no compita con la belleza de la casa, que sea un elemento neutro, que solamente acompañe y no distraiga. Atrás de la casa hay un jardín muy bonito, que tenía y cuidaba Doña Falla con especies de la época, además endémicas, y la forma de ese jardín era de la época, tenía las mismas trazas que el parque de “Los Berros”, es decir un jardín inglés. Se trató de conservar toda la jardinería que existía, por ejemplo el árbol que está en la zona de la plazoleta se trajo de la parte de atrás, en ese afán de querer conservar lo más que se pudo las especies que aquí existieron.

En la época de cuando vivieron los dueños originales, aquí en la entrada era como un despacho u oficina, donde se recibía a la gente en general y por aquí salían, es decir, sin ingresar al resto de la casa, porque había jerarquías en las visitas. Este primer cuarto de acá era como el cuarto familiar, donde se recibía a los familiares, ahí los recibían, pero igual sin ingresar completamente a la casa. Cuando era más íntima la relación lo pasaban a uno a la sala familiar con chimenea, y de ahí está un comedor público y un comedor familiar. La cocina estaba de este lado, de tal modo que la gente del servicio nunca entraba al resto de la casa, sólo la persona de confianza. Entraban por acá, este era su espacio. Entraban a la cocina que estaba ahí saliendo del pórtico, pero jamás entraban al resto de la casa. Por eso la casa tiene esta dinámica, en respuesta a las costumbres y formas de aquella época.

Todo este trabajo se hizo a mano (me dice la arquitecta, señalando un camino de piedra al frente de la casa), estas piedras, la mayoría de este tramo ya estaban, pero aquellas se labraron especialmente para integrarlas darle continuidad al diseño.

En el caso de las lámparas, ésta especialmente (me dice, indicando la de mero enfrente) es original de la casa y la época, son cristales de bacará, estaba hecha pedazos; yo la recogí prácticamente del suelo, la restauró un maestro especialista en lámparas.

En esta otra parte (me dice, ahora estando de frente al edificio, pero señalando la parte superior izquierda), pensamos en demolerlo para poder meter un techo nuevo de concreto, que nos diera una seguridad estructural. Sin embargo no podíamos quitarlo porque si lo quitábamos se nos venía la crestería y se caía. Entonces nos vimos obligados a hacer un trabajo que técnicamente es increíble, gracias a mi equipo, en el que todos son especialistas. Pusimos todas las vigas nuevas, ¿cómo?, pues hicimos un ejercicio como de palillos chinos, quitábamos una viga y la sustituíamos por una nueva, pero también se quitó la lateral y la de enfrente, que está atrás de este elemento neoárabe o neomudéjar, que se llama lambrequín; atrás quedó una viga madrina, que de igual manera tuvo que ser sustituida con mucho cuidado, apuntalando todo para cambiarla, viga por viga, lo mismo al interior de la sala, con el peligro de que se nos viniera todo encima. El resto sí se cambió, con excepción de la sala principal, que se dejó como estaba, nada más se le dio tratamiento, en especial a los pisos. Por ejemplo estos barandales son de barro (ubicados en ese mismo lado izquierdo del edificio) y son originales de la construcción, sólo fueron restaurados. Las piedras del piso de este lado son las originales, las quitamos para remodelarlas y las volvimos a poner, porque estaban muy deterioradas. Las copas que están en la parte alta también las remodelamos, pero tuvimos que restaurar hojita por hojita.

¿Cuánto tiempo te llevó hacer este trabajo?

Fue un milagro. Me llevó tres meses. Trabajamos doscientas personas al mismo tiempo.

¿Hace cuánto fue?

El Museo de la Música Veracruzana “Casa Doña Falla”, se inauguró el 16 de diciembre del año 2021.

Por la emoción que transmites al hablar de esta restauración, ¿es el proyecto que más te ha gustado?

Sí, porque implica un crecimiento y una madurez en mi profesión. Además yo tomé este proyecto como un compromiso y un agradecimiento a la ciudad. Corrí riesgos importantes, me refiero a la parte económica, porque no resultó una utilidad como tal para mi equipo de trabajo, como se pudiera pensar, aunque sí se pagó a los involucrados lo que le correspondía y también se pagó cada material utilizado. Pero en mi caso, lo vi como un regalo para Xalapa. Afortunadamente hubo el interés del Ayuntamiento para remodelarlo y después usufructuarlo para la cultura. Hay otra etapa pendiente, que consiste en construir aulas para niños en la parte de atrás, que espero se concrete.

¿Por qué asumes la remodelación de Casa Doña Falla como un regalo para Xalapa?

Porque es una etapa de madurez para mí y esta ciudad desde que la conocí, cuando tenía quince años, me enamoró. Yo vivía en Coatzacoalcos, llegué a Xalapa a estudiar música, estudié piano en la Facultad de Música, hice cursos de teatro, mis estudios de arquitectura, aquí he vivido y he hecho mi formación profesional, es una ciudad a la que le debo lo que soy, por lo tanto creo que todo lo que pudiera yo reintegrar de todo lo que me ha dado, es poco, sobre todo porque fue una obra de un gran retro, sólo teníamos tres meses para ejecutarla. Hoy platicaba con un gran amigo y comentábamos que el Estadio Xalapeño lo hicieron en 61 días, ¡un milagro!, claro, se llevaron 18 meses en el proyecto, para hacer esa obra extraordinaria. En este caso, cuando a mí me invitaron yo ya había hecho bosquejos, ya tenía casi el proyecto ejecutivo, en el que me llevé un mes, más tres meses de ejecución, pero nadie creía que se pudiera terminar, me refiero a los grupos técnicos del ayuntamiento, pero pues esta es mi especialidad y sé el equipo humano con el que cuento. Te he hablado de las obras emblemáticas de la ciudad, pero como equipo hemos edificado o restaurado muchas otras obras, porque no soy solamente yo, somos un equipo de arquitectos ingenieros, carpinteros, herreros, electricistas, maestros de obra, pedreros, especialista en todas la áreas, y cuando alguien me dice que no se puede, yo digo que necesito gente que diga que sí se puede.

Esther poeta, ¿cómo es que llegas al ejercicio de la poesía?

Yo no llegué a la poesía. Yo nací poeta. Yo escribo poesía desde que aprendí a escribir y desde que aprendí a hablar también, porque es un carácter que se trae, mi papá mismo lo decía, porque yo tenía un carácter melancólico como los poetas y hacía poesía de todo lo que me decían, hacía poesía -y también drama-, desde niña. Somos cinco hermanos. Digamos que en mi familia hay afición por la poesía: mi abuela, mi tía y mi papá escribían poesía, el papá de mi abuelo era poeta, en fin. Pasa lo mismo que con la música, ya viene en los genes, pero no hay que presumir mucho porque simplemente estamos predestinados, no es algo que hayamos tenido que elegir, pero lo que sí es que siempre escribí desde niña y recuerdo que lo hice también en las demás etapas de mi vida. Tengo ya dos libros publicados de poesía: “Fuera del mapa”, editado por Raúl Hernández Viveros, con el sello de Cultura de Veracruz, y “Frontera, el viejo puerto”, editado por Letras de Barro. He publicado en periódicos y revistas a lo largo de toda mi vida. Tengo mucho material y el compromiso conmigo misma de publicarlo. Siempre dije que no publicaría libros hasta que cumpliera cincuenta años, entonces cuando cumplí cincuenta años salió “Fuera del mapa”, y recientemente “Frontera, el viejo puerto”, que precisamente presenté aquí, en el Museo de la Música Veracruzana Casa Doña Falla.