“La esperanza está a nuestro alrededor”

“La esperanza está a nuestro alrededor”

VIVIR CON ESPERANZA

“La esperanza está a nuestro alrededor”

Por JACINTO ROJAS RAMOS

Ya sea que nos demos cuenta o no, la esperanza está a nuestro alrededor. Todos los días esperamos algo. Podemos esperar que la economía global se fortalezca o que simplemente podamos pasar el día laboral sin que alguien ataque nuestro trabajo.

Nuestra experiencia de esperanza puede verse afectada por dos cosas.

1. Cuán probable es que esto que se espera suceda o no.

2. La grandeza de recibir lo que estás esperando.

La virtud de la esperanza es necesaria para la salvación y circunda a nuestro alrededor. Ello constituye una verdad en la que se insiste mucho en la Iglesia Católica, y a la que corresponde una enseñanza explícita. Es necesaria, primero, como medio indispensable (necesítate medii) de alcanzar la salvación y nadie puede entrar a la bienaventuranza eterna sin ella. De ello se sigue que incluso los infantes, si bien no pueden haber realizado actos de esperanza, deben ya tener el hábito de la esperanza en forma infusa por el bautismo. Se dice que la fe es «la garantía de las cosas que esperamos» (Hebreos 11,1) y sin ella «es imposible agradar a Dios» (Ibíd. 11,6). Obviamente, por lo tanto, la esperanza es requerida para la salvación con la misma necesidad absoluta que la fe. Además, la esperanza es necesaria porque está prescrita por la ley natural, la cual, aceptada la hipótesis de que estamos destinados a un fin sobrenatural, nos obliga a usar los medios necesarios para lograrlo. Más aún, también la prescribe la ley divina. Ejemplo de ello es la Primera Carta de San Pedro (1, 13): «Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la revelación de Jesucristo«.  

Hay una norma positiva y una negativa de la esperanza. La negativa está vigente siempre y en toda circunstancia. No hay ninguna contingencia que justifique legalmente la desesperanza. La norma positiva que exige el ejercicio de la virtud de la esperanza demanda su cumplimiento ocasionalmente, cuando uno debe realizar ciertas obligaciones cristianas que incluyen la puesta en práctica de actos correspondientes a una confianza sobrenatural. Tales actos son, por ejemplo, la oración, la penitencia y otros semejantes. Tal obligación, en el lenguaje escolástico, se llama per accidens. Por otro lado, hay ocasiones en que no es necesaria tal motivación para hacer obligatoria la esperanza, a causa de su importancia intrínseca, per se. Es imposible determinar con exactitud cuántas veces sucede eso en la vida de un cristiano, pero el que eso acontece, y sucede libremente, queda claro por la condena que hace Alejandro VII de cierta propuesta: «El hombre nunca está obligado durante su vida a hacer actos de fe, esperanza y caridad como consecuencia de preceptos divinos relativos a esas virtudes«. El acto explícito de esperanza no es obligado por nadie. El cristiano promedio, cuidadoso de vivir de acuerdo a sus creencias, implícitamente satisface el deber impuesto por el precepto de la esperanza porque al descubrirla a su alrededor considera que la necesita y le es indispensable para vivir con sentido.

rrjacinto_9@hotmail.com