“Hay que mantener y fortalecer la esperanza”

VIVIR CON ESPERANZA

Por Jacinto Rojas Ramos

“Hay que mantener y fortalecer la esperanza”

Casi no se puede percibir el comienzo de la pérdida de la esperanza. Puede ser que el cumplimiento de la esperanza se demore y esto enferme el corazón (Proverbios 13,12). O, tal vez las circunstancias en la vida de alguien hagan que esa persona se absorba en sus preocupaciones más bien que en su relación con Dios. Es posible que el individuo se desanime debido a enfermedades, maltrato o simplemente debido a pensamientos negativos. Tal vez se insinúe en él alguna envidia debido a la prosperidad material o espiritual de otras personas. Si estas cosas se van apoderando de él, puede que deje de arrojar su carga sobre Dios. Dentro de poco el cristiano estará pensando negativamente, de modo que la realidad de la esperanza del Reino se desvanece de su corazón y mente. Sí, el cristiano pudiera perder la esperanza y entonces cesar de aguantar en la carrera que tiene como mira alcanzar la vida.

La mismísima naturaleza de la esperanza la hace algo que con facilidad puede desvanecerse si no se mantiene constantemente ante los ojos de la mente. Por lo tanto, tenemos que luchar tenazmente para mantener vigorosa nuestra esperanza. Esto se debe a que esperamos algo que es invisible (Romanos 8,24-25.) Pero eso no quiere decir, necesariamente que la esperanza sea débil.

La esperanza tiene tal poder que se compara a un ancla que puede mantener tan seguro a un barco que la embarcación puede vencer una terrible tormenta. De hecho, a la esperanza se le llama el “ancla del alma” (Hebreos 6,19) Cuando Pablo escribió esas palabras, estaba considerando la promesa de Dios de bendecir a Abrahán. Esa promesa es el fundamento de la esperanza que tiene que ver con el reino de Dios, pues Dios aseguró al fiel patriarca: “Por medio de tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra” (Génesis 22,18). Dios añadió a esa promesa su pacto jurado a fin de que “por medio de dos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos nosotros, los que hemos huido al refugio, fuerte estímulo para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (Hebreos 6,18). El mantener presente esa promesa que Dios dio bajo juramento fortalece la esperanza del cristiano y efectivamente la hace “ancla del alma”. Esa esperanza estabiliza, fortalece, da poder para aguantar.

Nuestra esperanza se fortalece día tras día cuando expresamos la fe que hay en nosotros. Mientras más hablamos de ésta, más la atesoramos y más fuerte se hace. Para establecer una comparación: no hay duda de que las expresiones de la doncella sulamita en cuanto a su amado joven pastor fortalecieron el amor de ella hacia él (Cfr. Cantar de Cantares 5,10-16). De ese amor podía decirse: “Sus llamaradas son las llamaradas de un fuego, la llama de Jah. Las muchas aguas mismas no pueden extinguir el amor, ni pueden los ríos mismos arrollarlo” (Cfr. Cantar de Cantares 8,6-7).

Sucede lo mismo con las expresiones que muestran estima de la esperanza cristiana. Por lo tanto, Pablo amonestó a sus hermanos hebreos a tener “firmemente asida la declaración pública de nuestra esperanza sin titubear” (Hebreos 10,23). Esta expresión pública de la esperanza, este hablar acerca de ella,  mantiene y fortalece nuestra esperanza y la hace muy real para nosotros.

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