ROGACIANO

Paola Klug

Su padre cuidaba las cabras de Don Rafael y su madre cosía servilletas y manteles que luego vendía en sus ratos libres en el mercado. Era hijo único ya que sus tres hermanos mayores habían fallecido a los pocos días de nacidos. Uno por uno los chamacos cerraron sus ojos pa no abrirlos nunca más y a su madre les costó tres años completitos volver a embarazarse.

Rogaciano nació en la cocina de su casa, entre las ollas y cuchillos colgados sobre las paredes de hormigón y el fogón prendido, era temporada de sequía, así que sería justo decir que él nació cuando muchas otras cosas morían. Rogaciano nació al revés, con esto quiero decir que primero salieron sus pies y al último su cabeza; según la partera eso explicaría por qué tenía una pierna más larga que la otra:

-Es que tuve que jalarlo duro de la pierna izquierda porque la derecha estaba atorada – explicaba la anciana a su padre después de entregarle al chamaco recién nacido.

El que su pierna izquierda haya sido la primera en salir explicaba la mala suerte que tenía Rogaciano – se explicaban sus padres al ver cuánto se tardó en comenzar a caminar y hablar después de los dos primeros años de vida. Y es que Rogaciano parecía un barco en el vaivén del mar cuando caminaba ya que iba de un lado a otro.

Cuando cumplió diez años quedó huérfano ya que su jacal se quemó en la madrugada con sus padres adentro, él se salvó de milagro porque salió a la milpa para hacer lo que uno hace en la milpa en la madrugada. Estaba sentado en la oscuridad cuando lo sorprendieron las llamas y los gritos de su mamá y aunque trató de correr para ayudar nada pudo hacer. Llegaron los vecinos y los compadres con agua pa apagar el fuego, luego llegaron los policías rurales ya que todo estaba hecho ceniza y el pobre Rogaciano tuvo que rodar de casa en casa hasta pasar por casi todo el pueblo durante algunos años viviendo del trabajo pesado y la caridad de los demás.

Cuando tuvo la edad suficiente pa irse del pueblo se fue dejando atrás todos los malos recuerdos con la esperanza de tener una vida mejor lejos de aquellos carrizales y se encaminó hacia su nuevo destino.

Rogaciano sirvió como peón en la Hacienda El Aguaje hasta que se hizo hombre y se hizo hombre con María José, una muchacha de formas redondas y sonrisa contagiosa en una noche calurosa. Al otro día el patrón lo mandó a la caballeriza y fue cuando Rogaciano conoció al Moro por primera vez. El Moro era un caballo negro de ojos nobles, era más alto que Rogaciano y era indomable. Nadie había podido montarlo desde que llegó a la Hacienda, con dificultad podían cepillarle o darle de comer, el Moro era libre a pesar de estar preso.

Rogaciano se encariñó del animal y con el tiempo el equino respondió el cariño. Yo creo que se caían bien porque entre ellos existía el respeto, vaya, Rogaciano no juzgaba al Moro por ser un caballo tan terco y rezongón y el Moro no juzgaba a Rogaciano por su forma de caminar. Tanto así que el Moro dejó que Rogaciano lo montara por primera vez. Y no hay forma de explicar con palabras lo que pasó ese día, era como si uno complementara al otro; Rogaciano se sentía fuerte sobre el Moro, caminaba, trotaba y corría con tal seguridad que parecía el mismo patrón y el Moro se sentía tranquilo y en paz con Rogaciano encima.

Pero la felicidad de Rogaciano duró poco porque cuando el patrón se enteró de su hazaña lejos de agradecerle se enfureció y mandó a azotarlo tantas veces que casi no le quedó piel en la espalda pero eso no fue todo- pa desgracia de todos- el patrón se ensaño con lo que él peón más quería y ya que consideraba al Moro como su objeto más preciado descargó toda su rabia contra María José, misma que no soportó tanto odio en la piel y murió desangrada en el pastizal entre los brazos de su desconsolada madre en cuanto cayó la mañana.

Por primera vez en su vida Rogaciano sintió fuego en el alma, su corazón ardía como años atrás ardió el jacal de su infancia. Juntando todas sus fuerzas entró en la caballeriza en la noche y en silencio sacó al Moro, los jirones de su espalda le dolían pero nada se comparaba al dolor de adentro, ese que estaba callado y en la más profunda oscuridad de su ser, ese que deseaba venganza. Rogaciano y el Moro escaparon de la Hacienda sabiendo que al regresar lo harían solo para cobrarle al patrón la vida de María José y uno a uno sus latigazos.

Durante meses Rogaciano fue buscado por todos lados sin éxito alguno y aunque había una recompensa por su cabeza si alguien supo su historia y lo vio no lo delató, todos los de abajo estaban heridos por los de arriba y por mucha falta que hiciera el pan en la mesa lo que el dueño de El Aguaje hizo con la pobre María José despertaba en todos y todas indignación y coraje. La verdad es que Rogaciano se había ido al monte con el Moro y allí se había encontrado con una docena de guerrilleros, al principio le quisieron robar al caballo pero después de escuchar su historia lo dejaron ser parte del grupo, poco a poco fue ganándose el respeto y la simpatía de todos, era el que mejor disparaba sobre el caballo y su caballo era el más ràpido de todos, el Moro era ágil y fuerte ya fuera que anduviera sobre los montes o en las barrancas no se dejaba vencer por el cansancio ni por el clima, así que ambos se hicieron útiles y necesarios para la familia.

Había pasado un año desde la huida de Rogaciano cuando la oportunidad de vengarse se le presentó. Según el informante llegaría desde la capital una comisión cargada con armas hasta El Aguaje durante la madrugada, misma que sería recibida por el patrón y el capataz.

Se hizo una votación y el resultado fue unánime: atacarían la hacienda.

Rogaciano mandó al mensajero al pueblo pa que le comprara un gabán y un sombrero – ambos de color negro-

Cuando todos estuvieron listos comenzaron el descenso y empezaron a recorrer el largo camino. Un día después estaban en la entrada de El Aguaje, la noche había caído y solo se escuchaban los cascos de los caballos rompiendo el silencio. La comisión aun no llegaba así que se dividieron; unos se esconderían entre los árboles y los carrizos mientras los que los otros esperarían sobre los caballos agachados entre los maizales y el trigal. Rogaciano estaba entre ellos.

La comezón que producía el trigo era insoportable, pero estaban acostumbrados a la batalla en las peores condiciones así que aguantaron pacientes hasta que la comisión apareció entre el camino real; seis hombres armados custodiaban el carro a caballo, dos adentro, uno adelante y uno atrás. En total eran once contando al que guiaba a los caballlos.

Cuando la comisión se encontraba justo a la mitad del camino que lo conduciría al interior de la Hacienda fueron emboscados, diez de los doce guerrilleros dispararon a morir contra los guardias, uno a uno fueron cayendo. Rogaciano y otro de sus compañeros cabalgaron rápidamente hasta la Hacienda para contrarrestar la defensa del patrón. El moro gruñía, era como si sintiera lo mismo que Rogaciano al regresar a aquél maldito lugar. Las balas zumbaban a sus costados, pero ninguna dio en el blanco. No se podía decir lo mismo de las que disparaba Rogaciano, cada que apuntaba cada que atinaba. Al final de la balacera solo quedó en pie el patrón.

La gente salió de sus jacales para defender la hacienda pero cuando se dieron cuenta de que era Rogaciano dejaron de luchar, cuando el patrón quiso escapar fue alcanzado por un par de peones que lo sometieron con la cabeza entre la tierra, Rogaciano bajó del caballo lentamente- disfrutando el sabor de la venganza sin empacharse de golpe-

El moro relinchaba sin control levantando sus patas delanteras con furia ante la mirada asustada de todos. El patrón lloriqueaba tendido en el piso suplicando piedad.

– ¿Quién tiene un látigo? preguntó Rogaciano

La madre de María José se acercó, recogió el látigo de la mano del capataz muerto y se lo llevó a Rogaciano, apretó su mano fuertemente y un par de lágrimas recorrieron sus mejillas.

Lo demás fue un baño de sangre pero puedo decir que lo que quedó del patrón fue comido por los puercos del corral. Nadie lloró su muerte y nadie lo extraño, muchos de los peones se unieron a los guerrilleros y abandonaron El Aguaje para siempre con las armas de la comisión y los caballos de los guardias, pero Rogaciano y el Moro se quedaron, y aunque varias veces lo que alguna vez fue una hacienda fue tratada de tomar por la fuerza por el ejército jamás lo consiguieron. Rogaciano enseñó a los hombres a defender su tierra y su familia así que fue una de las pocas comunidades que repartió la tierra entre sus habitantes mucho antes de la expropiación petrolera. Con el tiempo a Rogaciano se le comenzó a llamar El Charro Negro ya que siempre vestía de ese color. También surgió otro rumor: Que el Moro y Rogaciano eran el diablo hecho uno.

El que cojeara de la pierna izquierda y que haya destrozado sin piedad al patrón eran prueba suficiente de que El Charro Negro había salido del mismito infierno; cuando murió sacrificaron al Moro para que lo acompañara de regreso pero como al caballo ni la muerte le quitaba lo terco convenció al Charro Negro de quedarse y siempre se le veía aparecer en el mismo lugar:

Bajo el árbol donde se Rogaciano se hizo hombre y María José mujer.