Los días de los Tenochcas

  • El escritor Enrique Ortiz entrega en su nuevo libro detalles sorprendentes sobre la vida cotidiana de los aztecas, más allá de los mitos guerreros y los sacrificios humanos.

CIUDAD DE MÉXICO.

Escuchando el sonido de las caracolas y el golpeteo de los huehuemeh, altos tambores cilíndricos hechos de madera, tocados por los sacerdotes desde la cima de los templos de cada barrio para recibir a Tonatiuh, el Sol, y para marcar los diferentes momentos del día. Así empezaba la jornada de los habitantes de Tenochtitlan.

Sonidos como el golpeteo del agua que rodeaba el valle, el chispear del fogón que prendían las mujeres mientras hacían tortillas a mano, el ladrido de los perros o el canto de los guajolotes y pájaros, era lo que oían los tenochcas mientras dejaban sus petates, vestían su tilma, tomaban su atole y se iban a trabajar a la milpa, los talleres o a los palacios.

Se sabe poco de la vida cotidiana de los antiguos mexicas antes de la llegada de los españoles, que conquistaron la gran Tenochti-tlan el 13 de agosto de 1521, afirma el divulgador de la historia Enrique Ortiz, “pues ha sido opacada por su fama de guerreros y practicadores de sacrificios humanos”.

En entrevista el estudioso destaca que el objetivo de su libro más reciente, El mundo prehispánico para gente con prisa (Planeta), es derribar esos prejuicios y dar a conocer cómo vivían realmente los pobladores de la capital del imperio azteca: qué comían, qué vestían, cómo se divertían, en qué creían, cómo eran sus prácticas sexuales, sus insultos o su cosmogonía.

Se han creado muchos mitos sobre nuestra historia, sobre todo en los regímenes posrevolucionarios. Se enalteció a los grupos originarios, pero se estigmatizó nuestra herencia europea. Existen prejuicios e ignorancia.

Es importante acercar la historia a las personas; siempre siendo objetivos, precisos, y quitando etiquetas como villanos, héroes, bárbaros o culturas civilizadas; hay que ponerlos en contexto. Estamos hablando de una sociedad muy desarrollada que deslumbró a los españoles”, explica.

El escritor detalla que presenta esta información en diversas “píldoras, cápsulas sintetizadas”, anécdotas cortas e ilustradas por Urbano Mata, para los lectores que viven con prisa. “La idea es sembrar en ellos la semilla de la curiosidad y que luego sigan leyendo libros de historia prehispánica”.

Este título, destaca, echa luz sobre cómo era la prostitución y otras transgresiones sexuales en la cultura mexica, cuándo se comía tamales de carne humana, qué papel jugaban la magia y la hechicería, cuáles eran los saludos, insultos y ofensas, cómo se castigaba la embriaguez y la infidelidad, entre otras actividades que “aún forman parte de la identidad del mexicano”.

Por ejemplo, señala Ortiz, se desconoce el origen del pozole. “Era un platillo que se preparaba con carne humana, de los sacrificados por los mexicas, era una comida ceremonial; las castas sacerdotales y guerreras lo comían sólo durante esta actividad.

Muchos se niegan a aceptar que se practicaba la antropofagia ritual. Se dice que los españoles quisieron crear una leyenda negra, pero el dato arqueológico confirma que ciertos grupos sociales lo hacían en momentos significativos. Los tlacatamali, un tipo de tamal, también estaban hechos de carne humana. No era una cuestión de sadismo”, indica.

El también diseñador gráfico revisa la creencia de los aztecas después de la muerte. “Los sacrificados iban al paraíso solar; los ahogados o fulminados por un rayo al Tlalocan, el paraíso verde de los agricultores; e incluso creían en el paraíso de los recién nacidos, donde había un árbol nodriza que los alimentaba y les daba oportunidad de regresar al mundo”.

A las prostitutas, narra, les decían las alegradoras. “Iban por las calles burlándose de la gente, mascando chicle, con el pelo suelto. No sólo se pintaban la boca, sino que con el pigmento de la grana cochinilla se teñían la lengua, las encías, los dientes y los labios”.

Y agrega que los tenochcas no podían casarse hasta terminar sus estudios y haber participado en una batalla. “El ritual de boda era interesante: la familia del hombre debía llevar regalos a la de la mujer, quienes nunca aceptaban a la primera petición”.

El que la obesidad y la orfandad no fueran bien vistas por los mexicas, añade, habla de los valores de esta civilización, “cuyo legado aún nos marca, su herencia sigue viva, es nuestro patrimonio”, concluye.