Roque Dalton García: “Cuando sepas que esté muerto, no pronuncies mi nombre”

Manantial entre arenas

Alberto Calderón

Con esa frase inicia uno de los blogs (daltonicos.com), que hablan de este gran poeta salvadoreño. La mala fortuna se lo llevó de este mundo físicamente el 10 de mayo del año de 1975, en un trágico y lamentable asesinato, pero su figura de hombre justo, siempre reivindicando a los desprotegidos, poniendo de manifiesto las desigualdades sigue vigente, y tan vigente su lucha como su poesía y hoy lo recordamos en el aniversario número cuarenta de su partida.

Nació el 14 de mayo en San Salvador en el año de 1935, fue un hombre muy preparado. En sus inicios estudió en el Colegio Jesuita, posteriormente con el paso de los años lo hizo en Chile y México, en donde cursó las carreras de Jurisprudencia, Ciencias Sociales y Antropología. Para el año de 1956 funda junto a otros intelectuales el Circulo Literario Universitario, ese mismo año y en los dos subsecuentes recibe el Premio Centroamericano de Poesía.

Su militancia lo llevó a prisión en varias ocasiones, incluso en dos de ellas condenado a muerte pero en ese momento la fortuna lo salvó. La primera vez a sólo cuatro días de su ejecución, el dictador en turno José María Lemus fue derrocado y no se cumplió la sentencia. La segunda vez una sacudida de tierra que provocó un terremoto en su Patria derrumbó una de las paredes del cuarto en donde estaba confinado, esperando la fecha de su ejecución, lo que le permitió huir de su inminente muerte, refugiándose en varios países, entre ellos Guatemala, en México, posteriormente en Checoslovaquia y en Cuba.

Ganó el premio Casa de las Américas, y otros tantos, regresó a su país de forma clandestina antes de cumplir los cuarenta años y una fracción de ultraizquierda le dio muerte, paradójicamente a la misma a la que pertenecía. Su territorio lo llevaba tatuado en su cuerpo, así cayó acribillado; ya no podrá hacer reír a sus camaradas, a las piedras, pero sus palabras resuenan hoy más fuerte que nunca, en lo alto, más allá de la muerte.

Nos dejó su legado para celebrar la vida, reflexionar, para creer que aun se puede cambiar el mundo por uno más justo, por eso van dos poemas para recordarlo en este, el día de su obituario.

Desnuda

Amo tu desnudez

porque desnuda me bebes con los poros,

como hace el agua

cuando entre sus paredes me sumerjo.

Tu desnudez derriba con su calor los límites,

me abre todas las puertas para que te adivine,

me toma de la mano como a un niño perdido

que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas.

Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo

pasa a ser mi universo, el credo que se nutre;

la aromática lámpara que alzo estando ciego

cuando junto a la sombras los deseos me ladran.

Cuando te me desnudas con los ojos cerrados

cabes en una copa vecina de mi lengua,

cabes entre mis manos como el pan necesario,

cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.

El día en que te mueras te enterraré desnuda

para que limpio sea tu reparto en la tierra,

para poder besarte la piel en los caminos,

trenzarte en cada río los cabellos dispersos.

El día en que te mueras te enterraré desnuda,

como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.

Por qué escribimos

Uno hace versos y ama

la extraña risa de los niños,

el subsuelo del hombre

que en las ciudades ácidas disfraza su leyenda,

la instauración de la alegría

que profetiza el humo de las fábricas.

Uno tiene en las manos un pequeño país,

horribles fechas,

muertos como cuchillos exigentes,

obispos venenosos,

inmensos jóvenes de pie

sin más edad que la esperanza,

rebeldes panaderas con más poder que un lirio,

sastres como la vida,

páginas, novias,

esporádico pan , hijos enfermos,

abogados traidores

nietos de la sentencia y lo que fueron,

bodas desperdiciadas de impotente varón,

madre, pupilas, puentes,

rotas fotografías y programas.

Uno se va a morir,

mañana,

un año,

un mes sin pétalos dormidos;

disperso va a quedar bajo la tierra

y vendrán nuevos hombres

pidiendo panoramas.

Preguntarán qué fuimos,

quienes con llamas puras les antecedieron,

a quienes maldecir con el recuerdo.

Bien.

Eso hacemos:

custodiamos para ellos el tiempo que nos toca.

( La Ventana en el Rostro – UCA-Editores)

xalapa2000@hotmail.com