El espacio poético de Ely Núñez

Manuel Gutiérrez Nájera, poeta mexicano

MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA (Ciudad de México, 22 de diciembre de 1859 – ibídem, 3 de febrero de 1895) fue un poeta, escritor y cirujano mexicano, trabajó como observador cronista. Debido a que trabajó en distintos hospitales, utilizó múltiples antónimos, obstante, entre sus contertulios y el público, el más arraigado fue: El Duque Job.

Se le considera el iniciador del modernismo literario en México. Perteneció a una familia de clase media. Escritor y periodista toda su vida, inició su carrera a los trece años. Escribió poesía, impresiones de teatro, crítica literaria y social, notas de viajes y relatos breves para niños. El único libro que vio publicado el duque en vida, fue una antología de cuentos a la que llamó: Cuentos Frágiles (1883); fue uno de los fundadores de la Revista Azul, órgano de difusión del modernismo en México. Gran parte de su obra apareció en diversos periódicos mexicanos bajo multitud de seudónimos: El Cura de Jalatlaco, El Duque Job, Puck, Junius, Recamier, Mr. Can-Can, Nemo, Omega, etc. Se escudaba en esa diversidad para publicar distintas versiones de un mismo trabajo, cambiando la firma y jugando a adaptar el estilo del texto a cada seudónimo.

Escribió poesía romántica y amorosa. Gustó de lo afrancesado y de lo clásico, como era habitual en los intelectuales mexicanos y la alta sociedad de su tiempo. Nunca salió de México y en pocas ocasiones de su ciudad natal, pero sus influencias son europeas: Musset, Gautier, Baudelaire, Flaubert, Leopardi.1 Siempre anheló unir el espíritu francés y las formas españolas.

Su madre, ferviente católica empeñada en que su hijo fuera sacerdote, le impuso la lectura de los místicos españoles del Siglo de Oro y la formación en el seminario, influencia que se vio compensada por la fuerte corriente positivista de la sociedad de la época que pugnaba en sentido contrario. Gutiérrez Nájera abandonó el seminario a los pocos años, y cambió a San Juan de la Cruz, Santa Teresa y Fray Luis de León, que no obstante siempre influirían en su obra, por los autores franceses del siglo y por la práctica cotidiana de la literatura en periódicos locales como El Federalista, La Libertad, El Cronista Mexicano o El Universal. En 1894 fundó, con Carlos Díaz Dufoo, La Revista Azul, publicación que lideró el modernismo mexicano durante dos años.

A Manuel Gutiérrez Nájera se le define como «especie de sonrisa del alma» por la gracia sutil de su estilo, elegante, delicado y con ternura de sentimientos.2 En el fondo fue siempre poeta romántico. Entre sus obras poéticas más importantes se encuentran: La Duquesa Job, Hamlet a Ofelia, Odas Breves, La Serenata de Schubert y el afamado poema «Non omnis moriar» (No moriré del todo). Cultivó la prosa en cuentos, a los que aportó una nueva forma, y en crónicas: el libro de relatos Cuentos Frágiles fue el único que publicó en vida como tal, pero ordenó con distintos criterios sus entregas a periódicos y revistas: Cuentos del domingo, Cuentos vistos, Cuentos color de humo, Crónicas color de oro, Crónicas color de lluvia, etc. lo que ha orientado los criterios de sus editores.

LA DUQUESA JOB

(1884)

En dulce charla de sobremesa,

mientras devoro fresa tras fresa,

y abajo ronca tu perro Bob,

te haré el retrato de la duquesa

que adora a veces al duque Job.

No es la condesa de Villasana

caricatura, ni la poblana

de enagua roja, que Prieto amó;

no es la criadita de pies nudosos,

ni la que sueña con los gomosos

y con los gallos de Micoló.

Mi duquesita, la que me adora,

no tiene humos de gran señora:

es la griseta de Paul de Kock.

No baila Boston, y desconoce

de las carreras el alto goce

y los placeres del five o’clock.

Pero ni el sueño de algún poeta,

ni los querubes que vio Jacob,

fueron tan bellos cual la coqueta

de ojitos verdes, rubia griseta,

que adora a veces el duque Job.

Si pisa alfombras, no es en su casa;

si por Plateros alegre pasa

y la saluda madam Marnat,

no es, sin disputa, porque la vista,

sí porque a casa de otra modista

desde temprano rápida va.

No tiene alhajas mi duquesita,

pero es tan guapa, y es tan bonita,

y tiene un perro tan v’lan, tan pschutt;

de tal manera trasciende a Francia,

que no la igualan en elegancia

ni las clientes de Hélene Kossut.

Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yanqui o francesa,

ni más bonita ni más traviesa

que la duquesa del duque Job.

¡Cómo resuena su taconeo

en las baldosas! ¡Con qué meneo

luce su talle de tentación!

¡Con qué airecito de aristocracia

mira a los hombres, y con qué gracia

frunce los labios —¡Mimí Pinsón!

Si alguien la alcanza, si la requiebra,

ella, ligera como una cebra,

sigue camino del almacén;

pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo!

¡Nadie se salva del sombrillazo

que le descarga sobre la sien!

¡No hay en el mundo mujer más linda!

Pie de andaluza, boca de guinda,

sprint rociado de Veuve Clicquot,

talle de avispa, cutis de ala,

ojos traviesos de colegiala

como los ojos de Louise Theo.

Ágil, nerviosa, blanca, delgada,

media de seda bien restirada,

gola de encaje, corsé de crac,

nariz pequeña, garbosa, cuca,

y palpitantes sobre la nuca

rizos tan rubios como el coñac.

Sus ojos verdes bailan el tango;

nada hay más bello que el arremango

provocativo de su nariz.

Por ser tan joven y tan bonita,

cual mi sedosa, blanca gatita,

diera sus pajes la emperatriz.

¡Ah! Tú no has visto cuando se peina,

sobre sus hombros de rosa reina

caer los rizos en profusión.

Tú no has oído que alegre canta,

mientras sus brazos y su garganta

de fresca espuma cubre el jabón.

Y los domingos, ¡con qué alegría!,

oye en su lecho bullir el día

¡y hasta las nueve quieta se está!

¡Cuál se acurruca la perezosa

bajo la colcha color de rosa,

mientras a misa la criada va!

La breve cofia de blanco encaje

cubre sus rizos, el limpio traje

aguarda encima del canapé.

Altas, lustrosas y pequeñitas,

sus puntas muestran las dos botitas,

abandonadas del catre al pie,

Después, ligera, del lecho brinca,

¡oh quién la viera cuando se hinca

blanca y esbelta sobre el colchón!

¿Qué valen junto de tanta gracia

las niñas ricas, la aristocracia,

ni mis amigas del cotillón?

Toco; se viste; me abre; almorzamos;

con apetito los dos tomamos

un par de huevos y un buen beefsteak,

media botella de rico vino,

y en coche, juntos, vamos camino

del pintoresco Chapultepec.

Desde las puertas de la Sorpresa

hasta la esquina del Jockey Club,

no hay española, yanqui o francesa,

ni más bonita ni más traviesa

que la duquesa del duque Job.

PARA ENTONCES

Quiero morir cuando decline el día,

en alta mar y con la cara al cielo,

donde parezca sueño la agonía

y el alma un ave que remonta el vuelo.

No escuchar en los últimos instantes,

ya con el cielo y con el mar a solas,

más voces ni plegarias sollozantes

que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz triste retira

sus áureas redes de la onda verde,

y ser como ese sol que lento expira;

algo muy luminoso que se pierde.

Morir, y joven; antes que destruya

el tiempo aleve la gentil corona,

cuando la vida dice aún: «Soy tuya»,

aunque sepamos bien que nos traiciona.