CORAZÓN DE LEÓN

«Así que termina lo que tengas pendiente, porque después ya no serás tú. Seremos nosotros. Voy a invadir cada espacio en tu mente. Tu alma. Tu cuerpo. No sabrás en dónde empiezas tú y en dónde termino yo.»

Musa Peregrina

Bocanada de aire fresco fue su llegada, me miró casi inerte, agónica. La tarde huyó lejos de nosotros, el capricho de la noche quedó de manifiesto por el amor cuando es amor. Sucumbí ante su naturaleza protectora, que, al igual que la mía resulta difícil de contener.

Palpé su cariño, su misterioso intelecto, gocé el calor de su pecho que me narraba de otras vidas, de tardes en las que el rojizo del sol avasalló los montes con su grandeza, para después morir pronunciando un adiós…

El rugido de su sentimiento fue la señal,

así, una estampida de sensaciones recorrieron mi cuerpo de hojarasca logrando con su abrazo que renaciese el musgo entre mis venas.

Después estallaron mis sentidos, fue placentera la inquietud que erizaba mi piel cada que él se enfrentaba a mi mirada, desafiante, antes suave, después de piedra.

Más sin embargo fue la tibieza de sus manos valientes que amo, la que se internó en mi Edén, provocándome de a poco y ha puro tacto me hizo su presa.

Contuve el aliento antes de entregar mi beso y arrancar de sus labios el deseo andariego que le perseguía por beber el rojo de los míos, le mostré la timidez de mi infancia y también la experiencia de mi vejez en la primer caricia, anhelé deliciosamente cada centímetro del blanco de su piel.

Me prometí no dejarlo ir, en algún minuto de las horas compartidas me hospedé en su pensamiento, no lo sé por qué, tal vez sin merecerlo llegó a mí. Permanecí en silencio por unos segundos, me levanté de la mesa con la copa entre mis manos y le miré de frente, lamí su barbilla y salté a su boca como lo hace una estrella ante la tentación de la noche…

Sí, fui cazadora furtiva, disfruté el doloroso goce de su cuerpo, el paroxismo que antecede al balbuceo de la carne, recorrí su piel hasta el amanecer, y después, mi hombre, tatuó un collar de besos en mi cuello.

Allí estaba él, y estaba yo también.

Soy afortunada de tener su amor, sólo

él sacia la sed de mi alma, el hambre de mi cuerpo y sana mi corazón con su ternura, allí estábamos nadando a mar abierto, puntuales.

En la profundidad de la madrugada mi lengua conquistó su tierra virgen, inocente le atribuyó el temblor de mis hombros al verso nacido de su desnudez, la realidad es distinta, porque es su corazón de león el que corteja mi pradera y la estremece.

Es su amor y la pasión inmensa que derrama en mi vientre, la que engendra la vida en mi selva, hoy su hogar.

Musa Peregrina

Oralia Lombera Reyes

Del Libro Metáfora de tu Boca.