EL ESPACIO POÉTICO DE ELY NÚÑEZ

Salvador Díaz Mirón, poeta veracruzano

SALVADOR DÍAZ MIRÓN. El «paladín nato de las causas populares» como le llamó el maestro de América Don Justo Sierra, nació en el puerto jarocho (Veracruz) en las postrimerías del 1853.

Periodista nato desde muy temprana edad y hombre de acción, representó en 1878 el Distrito de Jalacingo en la Legislatura de Veracruz. Más tarde fue diputado militando en la minoría independiente.

Su vida truculenta le acarrea en 1892 una violenta discusión electoral con Federico Wólter y lo mata en legítima defensa. Pasó cuatro años en la cárcel y a partir de ese hecho, su vida y su arte sufren un brusco cambio. La obra 1 i teraria de Salvador Díaz Mirón en esta segunda época de su vida, decae y pierde fuerza. La atmósfera de escándalo que le siguió durante muchos años conclu­yó por amargarle la vida triunfal.

Con toda seguridad sus primeras manifestaciones líricas son los versos intitulados: «A una actriz» cuando solamente frisaba en los 24 años. Gana en belleza poé­tica su segunda producción «Mística».

Finalmente, en plena madurez creadora publica «Lascas» que lo identi­fican como a uno de los mejores poetas de la época.

Su vida tranquila se vio siempre interrumpida por actos de violencia, como el que le costó ser desaforado cuando era diputado federal. Nuevamente colmado de honores se le designó con el cargo de Director de la Escuela Preparatoria, en Jalapa.

Residió en España y también por cierto tiempo en Cuba, pero finalmente consiguió el perdón del Presidente Carranza regresando a su muy amada patria.

El 12 de julio de 1928 muere en su ciudad natal, siendo sus restos trasladados en la Rotonda de los Hombres Ilustres de la capital azteca, donde reposan actualmente.

A GLORIA

No intentes convencerme de torpeza con los delirios de tu mente loca: mi razón es al par luz y firmeza, firmeza y luz como el cristal de roca!

Semejante al nocturno peregrino, mi esperanza inmortal no mira el suelo; no viendo más que sombra en el camino, sólo contempla el esplendor del cielo.

Vanas son las imágenes que entraña tu espíritu infantil, santuario oscuro. Tu numen, como el oro en la montaña, es virginal y por lo mismo impuro.

A través de este vórtice que crispa, y ávido de brillar, vuelo o me arrastro, oruga enamorada de una chispa, o águila seducida por un astro.

Inútil es que con tenaz murmullo exageres el lance en que me enredo: yo soy altivo, y el que alienta orgullo lleva un broquel impenetrable al miedo.