Romance en tres patas, de Katie Hafner

                                                                                      Juan José Barrientos

Glenn Gould tuvo un éxito instantáneo, como es sabido, pues “con una sola grabación … demostró que podía tocar el piano mejor que nadie” y las Variaciones Goldberg se convirtió en el disco mejor vendido de 1956 y tal vez de todos los tiempos con 1.8 millones de copias

Él mismo se convirtió en toda una atracción. Los periodistas que lo entrevistaban quedaban impresionados por su ingenio, su encanto y su falta de pretensión, pues, aunque usaba smoking cuando tocaba con orquestas, desde el recital en Town Hall en 1955 fue el primer pianista en dar recitales ataviado con un sencillo traje, por lo general holgado y sin planchar.

Antes, un pianista tocaba algo de Bach para abrir un concierto, pero Gould lo ofrecía como plato principal… y llenó salas de concierto con un público atraído por la sosegada intimidad de su música

Cuando apareció, ya estaba de moda, sobre todo entre los pianistas jóvenes, tocar música barroca y en particular Bach con un estilo claro y austero, pero Gould argumentaba, contra los partidarios del clavecín, que “el piano puede acercarnos mucho más a la música de Bach” y lo cierto es que “el timbre del piano en manos de Gould era algo nuevo e inesperado”.

Y eso se debe en parte a los instrumentos que utilizó y a los afinadores y técnicos que los adaptaron a sus necesidades, y este libro echa los reflectores sobre ambos.

Por eso Katie Hafner le dedica bastante espacio Charles Verne Edquist, que era un afinador ciego o casi ciego, capaz de distinguir la marca y el modelo de un coche por el sonido de su motor, un genio del que Gould sacó el mayor provecho y cuya historia ella cuenta.

En cuanto a los pianos, Glenn Gould no aprobaba los que fabricaba Steinway, porque estaban diseñados para interpretar las obras de los compositores románticos – Chopin, Liszt, etc,  es decir para el repertorio preferido de los pianistas y que, para él, había tenido una influencia dañina en el mundo de los conciertos, debido a que generó la tendencia a sobrevalorar la destreza técnica         y la sonoridad a expensas de la musicalidad.

A fines de los 50, Gould convenció a Badura Skoda y otros pianistas de que también se quejaran porque “las teclas negras son cada vez más angostas y se hacían de plástico en vez de marfil, lo que daba lugar a muchas notas equivocadas en los conciertos”. Además, las cuerdas ya no tenían la misma calidad de antes de la guerra y se rompían a menudo, como pudieron comprobar Arrau, Rudolf Serkin y otros.

Los Steinway que Gould y muchos otros pianistas preferían eran los que se habían construido en las décadas de 1920 y 1930

En 1955 Gould encontró el piano C D 174 construido en 1928 con el que realizó su grabación de las Variaciones Goldberg y que utilizó en sus giras por los Estados Unidos hasta que el piano se estropeó en un viaje de regreso a Nueva York.

Después de tocar en la Unión Soviética y varias giras en Estados Unidos, Gould dejó de presentarse en público, pues aborrecía tenerse que desplazar a lugares lejanos y alojarse en hoteles desconocidos, exponiéndose en auditorios no muy acogedores ante públicos pretenciosos y a menudo maleducados, obligado a tocar en pianos que por lo general requerían mantenimiento y todo tipo de ajustes. También odiaba volar, y en 1962 dejó de hacerlo.

Se dedicó a grabar y hacer discos, con los que al fin y al cabo acabó ejerciendo, en mi opinión, una influencia dañina, al imponer una perfección artificial, inalcanzable en la interpretación en vivo.

Se trata en fin de un libro interesante para cualquier melómano y a mí, por cierto, lo que me gustó más son las escasas páginas que Katie Hafner le dedica a la relación amorosa del pianista con Cornelia Foss, que era la esposa de Lukas Foss, un director de orquesta, pero lo dejó en 1964 para irse a vivir con sus dos hijos en Toronto, cerca de Gould. Más tarde volvería con su marido, pero durante años llevó una doble vida entre uno y otro.

  • Romance en tres patas es una coedición de la Universidad Veracruzana con la editorial Elefanta, publicada a fines del 2020, y esta reseña es algo atrasada, pero con la pandemia todo se pospuso.