EL JURAMENTO

Sergio Armin Vásquez Muñoz

Eres la compañía con quien hablo, de pronto, a solas.

(Xavier Villaurrutia)

Nos encantaba dormir en la misma cama, compartiendo sábanas y almohada. Nadie se daba cuenta de que crecíamos al mismo tiempo, sólo nuestros ojos y nuestros labios. Tanto llegamos a conocernos, que después ni siquiera dudábamos al intentarlo, incluso el día de tu boda. Lo importante fue que empezamos y poco a poco se nos hizo más difícil dejarlo.

Desde que venimos a vivir aquí, papá y mamá dormían en el cuarto de arriba, por lo que al principio sí, pero después no nos preocupamos por el ruido que pudiéramos hacer.

Hacía frío aquella vez. Era domingo. Conseguí la revista con bastante trabajo, el mismo que me costó esconderla para que no la encontrara mi mamá. Papá me dio permiso de dejar prendidas las luces del cuarto hasta que acabara lo que tenía pendiente de la escuela. Deseaba tanto poder ver tu reacción.

–En cuanto termines la apagas y te acuestas–, dijo y obedecí.

Viste la revista y tu respuesta fue más de lo que yo esperaba. La primera hoja, la segunda, la tercera y llegaste a donde yo quería. Tu asombro fue tal que ahogó cualquier palabra y no dejó que tu boca se abriera, pero tus ojos bebieron los colores y las formas de la pareja de la fotografía.

  • ¿Cómo pueden hacer eso?–, preguntaste con un tono de voz que no te conocía. –Lo ignoro, pero podemos imitarlos–, te dije a la vez que recordé la instrucción. Apagué la luz más fuerte y quedó la de una pequeña lámpara, que iluminaba un reducido espacio, dejando lo demás casi a oscuras. Llegamos a la cama. Te tomé una mano, que tembló con la mía. Apagué esa última luz y caímos.
  • Cierra los ojos y recuerda a la pareja de la foto–, murmuré, pasando la poca saliva que le sobraba a mi boca. Obedeciste un momento pues no hacía falta, pues la oscuridad borraba las imágenes a nuestros ojos. Poco a poco entraste en el juego, tu cuerpo gritaba sensaciones y emociones; la revista contemplaba, orgullosa, su efecto. Levanté tu vestido, toqué tus muslos y me encontré con el elástico de tu ropa interior. Me detuve al llegar a lo que deseosamente anhelaba, ante la idea de qué ibas a pensar de mí. Conocía bastante bien esa parte, mas no la tuya. Intenté acariciar, pero cerraste las piernas y te alejaste

–Nos pueden oír–, susurraste

–No tiene nada de malo, es como si nos estuviéramos bañando–, contesté.

–Está bien, pero con una condición

Te escuché y también juré guardar el secreto; luego, tú misma bajaste tu pantaleta. Me acerqué. Olía a orines. Me dio como asco, pero algo en mí ya quería hacerlo. Con mi lengua recorrí tu pequeña “mariposa”, así le llamaba mi papá cuando le insinuaba algo a una mujer en la calle

–¿No sientes algo?–, pregunté apretándote con mis manos las nalgas. Mordiste un “sí” entre cada suspiro, con algo de dificultad en el ritmo de tu respiración.

Me subí a tu cuerpo. De pronto nos encontramos restregándonos cada vez más y más rápido. Nos sacudíamos, frotando mis vellos, que parecía que tronaban entre sí, con los tuyos de durazno tierno…

…Los gritos de papá nos despertaron. –Niñas, les van a cerrar la escuela, se quedaron dormidas otra vez–. Parecía un sueño, pero no lo era. Tu vestido y el mío colgaban de la cama, extenuados como nuestros cuerpos. No pudimos mirarnos a los ojos, pero me levanté dispuesta a cumplir con lo prometido: te daría la mitad de mis muñecas.