El espacio poético de Ely Núñez

Julio Herrera y Reissig, poeta uruguayo

JULIO HERRERA Y REISSIG nació el 9 de enero de 1875 en Montevideo. Era hijo de del Dr. Manuel Herrera y Obes, fue miembro de una familia patricia uruguaya. Su cuna le permitió dedicarse en exclusiva al quehacer literario, y su salud le impidió realizar otras actividades, ya que a los diecisiete años de edad tuvo que abandonar los estudios a causa de una enfermedad cardiaca congénita, agravada al contagiarse de fiebre tifoidea, se refirió el poeta a su corazón como «un corazón absurdo, metafórico, que no es humano», lo que define tanto su enfermedad como su carácter ya que a pesar de que la enfermedad le impidió viajar y trabajar de modo convencional, no fue un obstáculo para que se convirtiera en un personaje peculiar, un dandy de raíces baudelairianas, desde 1900 se sucedieron las veladas literarias en el ático de la mansión familiar en Montevideo, conocida como La Torre de los Panoramas a causa de las importantes vistas que desde allí se tenían al Río de la Plata. En estas reuniones empezó la evolución de su obra desde el romanticismo hacia la vanguardia modernista que lo convertiría póstumamente en una referencia obligada de la poesía latinoamericana de la época, junto a Leopoldo Lugones, Ricardo Jaimes Freyre y Salvador Díaz Mirón.

Introvertido y egocéntrico, Herrera y Reissig siempre estuvo convencido de su valía y la fama de bohemio quedó abonada por las sesiones de espiritismo que organizaba en su casa, o su afición al opio y la morfina.

Herrera y Reissig murió en Montevideo el 9 de marzo de 1910, a los treinta y cinco años.

Su corta vida no fue impedimento para que se convirtiera en uno de los poetas fundamentales de su generación, a pesar de que en vida solo publicó un libro de poesía, ya que a pesar de las florituras propias de un modernismo tardío, de su poesía, supo ir más allá y creó una lírica de sutil sensibilidad moderna y de una impecable precisión léxica.

EL SAUCE

A mitad de mi fausto galanteo,

su paraguas de sedas cautelosas

la noche desplegó, y un lagrimeo

de estrellas, hizo hablar todas las cosas…

Erraban las Walkirias vaporosas

de la bruma, y en cósmico mareo

parecían bajar las nebulosas

al cercano redil del pastoreo…

En un abrazo de postrero arranque,

caímos en el ángulo del bote…

Y luego que llorando ante el estanque

tu invicta castidad se arrepentía,

¡el sauce, como un viejo sacerdote,

gravemente inclinado nos unía!…